"Podríamos haber encontrado un arma real para luchar contra la malaria"
Desde julio, Médicos Sin Fronteras (MSF) está usando la quimioprevención de la malaria estacional (SMC por sus siglas en inglés) por primera vez en dos países del Sahel: Malí y Chad. Los resultados iniciales son alentadores, especialmente por el número de casos evitados. La doctora Estrella Lasry, especialista en malaria de MSF, reflexiona sobre los diferentes aspectos y perspectivas de futuro de esta estrategia.

¿Cuáles son los principales ejes de intervención?
Se trata de la primera intervención de este tipo que llevamos a cabo, así que antes tuvimos que profundizar en una serie de cuestiones médicas y operativas, consultar estudios sobre el tema y las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicadas el pasado mes de marzo.
Como primer paso, tuvimos que seleccionar qué tratamiento antipalúdico usar. La combinación de amodiaquina y sulfadoxina/pirimetamina (Fansidar®) es conocida por ser uno de los tratamientos más eficaces, ya que causa menos efectos secundarios en los niños y garantiza una cobertura relativamente larga, con un promedio de 28 días.
Entonces decidimos dirigirnos a niños de entre 3 meses y 5 años. El sistema inmunitario está menos desarrollado a estas edades, por lo que los niños pequeños son especialmente vulnerables a la enfermedad.
Por último, identificamos las áreas más indicadas para llevar a cabo el proyecto. La OMS recomienda la SMC como una estrategia de prevención de la malaria en los países con malaria estacional, en los que más del 60% de los casos anuales se producen en un periodo de cuatro meses o menos. Este es el caso para la zona que se extiende aproximadamente entre Senegal y República Centroafricana, afectando a varios países del Sahel (noticias). Así que nos decidimos por Malí y Chad, donde la malaria es la primera causa de consulta y de mortalidad infantil.
¿Qué resultados se esperan?
Los estudios realizados en varios países de África Occidental muestran que la SMC puede prevenir hasta el 80% de los casos de malaria simple y el 70% de los graves. Para nuestros proyectos en Malí y Chad (proyectos) no tenemos elementos de comparación porque se trata de la primera prueba en condiciones reales de terreno.
Sin embargo, los primeros resultados parecen comparables. En nuestra intervención en Malí (proyectos), hemos observado una reducción del 65% en el número de casos de malaria en la semana siguiente a la administración del tratamiento. Del mismo modo, el número de hospitalizaciones semanales asociadas a la malaria cayó de 247 a 84, lo que supone un descenso de aproximadamente el 70%. Son resultados alentadores y ahora tenemos que medir su impacto en colaboración con institutos de investigación y epidemiólogos.
¿La SMC ofrece esperanza para la erradicación de la malaria?
Es demasiado pronto para decirlo. Para ello sería necesario el tratamiento periódico de toda la población, incluyendo a los adultos, ya que el parásito se transmite entre seres humanos a través de la picadura de ciertos mosquitos.
Por ahora, nos estamos centrando en la reducción del número de muertes asociadas a la malaria porque alrededor del 15% de los niños infectados desarrollan formas de malaria grave. Si no reciben atención a tiempo, están casi condenados a morir, e incluso si reciben el tratamiento adecuado, la tasa de letalidad por malaria grave es de un 15%. Si queremos reducir la mortalidad asociada al paludismo, debemos intentar reducir el número de casos en el grupo más vulnerable: los niños pequeños.
¿Por qué no se administra la SMC en todas las zonas endémicas de malaria?
De momento, la naturaleza estacional de la malaria nos permite determinar los países de intervención, ya que no es factible administrar tratamiento durante todo el año. Y aunque los resultados son prometedores, hay que actuar con cautela. Es un tratamiento relativamente fuerte que puede tener efectos secundarios: por ejemplo, la amodiaquina, una de las dos moléculas que se utilizan, puede causar rechazo o vómitos en un niño. La sulfadoxina/pirimetamina también puede desencadenar reacciones alérgicas, como el síndrome de Stevens-Johnson. Es un fenómeno raro (1,2 casos por cada 100.000 exposiciones a la medicina), pero debe vigilarse. También tenemos que seguir la evolución de la resistencia a las moléculas utilizadas, que podría desarrollarse en tres o cuatro años.
Por último, el coste del tratamiento se sitúa actualmente en 0,5 dólares americanos por niño al mes. Parece barato a nivel individual, pero supone un montante serio cuando se distribuye a escala nacional.
En resumen, debemos ser cautos, tenemos que evaluar el impacto de la estrategia aunque los primeros resultados son increíbles y nos den ganas de replicar el programa en todo el mundo. Pero por lo menos tenemos la perspectiva de haber encontrado un arma real para luchar contra esta enfermedad que mata a cientos de miles de personas cada año.