El 11 de abril, las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) lanzaron una ofensiva terrestre masiva contra el campo de Zamzam, en Darfur Norte, hogar de al menos 500.000 personas desplazadas. A 60 km de allí, en Tawila, donde apoyamos al hospital principal de la ciudad, nuestros equipos fueron testigos de la llegada de miles de familias desplazadas.
Se estima que cientos de personas fueron asesinadas. Según varias informaciones, los combatientes iban casa por casa, disparando a quienes se escondían y quemando grandes zonas del campo.
Los dos puestos de salud que instalamos en los principales puntos de llegada en Tawila se han visto desbordados durante dos semanas consecutivas, atendiendo entre 270 y 850 consultas médicas diarias, con pacientes que presentaban cuadros avanzados de deshidratación y agotamiento. También llegaron personas con heridas de bala y metralla. En tres semanas, atendimos a 779 pacientes con heridas de bala y metralla, incluidos 138 niños y niñas menores de 15 años. De ellos, 187 eran casos graves (incluidos 24 niños y niñas).
Decenas de miles de personas han levantado refugios improvisados en los alrededores de Tawila y tratan de sobrevivir en condiciones extremadamente precarias.
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Los médicos Mokthar (izquierda) y Abdel Mafid (derecha) examinan la herida de un niño de 4 años, en el puesto de salud de MSF en Tawila Umda. Fue herido por un disparo unos días antes, cuando él y su familia huían del campo de Zamzam. © Thibault Fendler/MSF
Ibrahim*
“He sido desplazado cuatro veces en los últimos diez años. La primera vez que tuve que dejar Sarafaya fue en 2014. Estuve en Shagra durante cuatro años, hasta que finalmente pude regresar en 2018 y comencé a cultivar la tierra. Pero por el conflicto actual, tuvimos que huir otra vez, esta vez a Zamzam. Y tras los últimos ataques, nos lanzamos de nuevo a la carretera. Llegamos a Tawila el 16 de abril. Desde entonces, los 11 miembros de mi familia vivimos bajo este árbol.
El viernes 11 de abril, todo empezó con bombardeos directos sobre el campo. Muchos bombardeos. Los proyectiles caían donde se reunía la gente. Luego comenzó el asalto terrestre. Escuchábamos fuego cruzado por todas partes. Mataron a mucha gente, incluidos tres de mis hermanos. Los soldados entraron a sus casas, los sacaron afuera y les dispararon.
Cuando conseguimos salir de Zamzam, lo hicimos a pie. No teníamos vehículos, ni burros, ni carros… nada. Llevaba a uno de mis hijos sobre los hombros y a otro en la espalda. Mi hijo mayor y mi hija hacían lo mismo con sus hermanos pequeños. Todos a nuestro alrededor hacían lo mismo. En la salida del campo, hombres armados nos detuvieron. Registraron a todos, incluso a los niños más pequeños. Buscaban cualquier cosa de valor. Golpearon a varios, tan brutalmente que ya no podían moverse.
La primera noche nos refugiamos a unos kilómetros de allí, en el valle de Golo. Pero también allí vinieron a robarnos. Ya no teníamos nada, pero los que aún tenían algo fueron saqueados y golpeados otra vez.
Caminamos durante cuatro días, solo después del anochecer para evitar ser vistos. Llegamos a los alrededores de Tawila el 16, pero no a la ciudad… Todos colapsamos de sed y agotamiento. Otras personas nos encontraron y nos ayudaron, dándonos comida y agua.
Desde hace cuatro días estamos aquí sin nada: sin paredes, sin techo… pero aquí seguimos. Bajo este árbol, está tan lleno de gente, nos falta agua, refugio… No hay nada que comer, todos tienen hambre. Recibimos algo de comida en las cocinas comunitarias. A veces conseguimos un poco de arroz cuando reparten las comidas, pero si no alcanzamos, tenemos que esperar al día siguiente para poder comer algo. Para conseguir agua vamos a un pozo, pero hay tanta gente que tenemos que esperar horas para poder beber.
No nos queda nada: ni dinero, ni algo que nos permita marcharnos. Solo nos quedamos aquí, esperando conseguir lo suficiente para sobrevivir un día más. Ya no vemos ningún futuro”.
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Rufaida sostiene en brazos a Ahtram, de 5 meses. Ahtram había ingresado dos días antes en el hospital con síntomas de sarampión. © Thibault Fendler/MSF
Hamida
“En mi vida me han desplazado muchas veces por la violencia: de Sarafaya a Mouqrin en 2014, luego a Shagra el año pasado, después a Zamzam a principios de este año, y finalmente aquí, a Tawila. Llegamos el lunes 14 de abril.
Fue un ataque similar el que nos obligó a huir de Shagra a Zamzam: en 2024, los atacantes llegaron en camellos y motocicletas, y nos robaron todo: nuestros caballos, burros, camellos, incluso el tabaco recién cosechado.
Cuando llegamos a Zamzam, el campo ya estaba sitiado. Todo estaba bloqueado, no entraban suministros. Todo se volvió muy caro, ya no podíamos comprar comida. De vez en cuando, algunos comerciantes lograban introducir algunos productos, y con eso logramos sobrevivir.
Y entonces ocurrió el ataque a Zamzam. Comenzó con intensos bombardeos y luego... los tiroteos. Entraron caminando directamente al campo. Disparaban a cualquier persona que veían, sin importar si era un niño, una mujer o un anciano.
A la salida del campamento, ya nos esperaban. Registraban a las mujeres, se llevaban todo lo que consideraban valioso: nuestro dinero, nuestros teléfonos, incluso nuestra ropa. Y en el camino a Tawila, volvió a ocurrir. Lo poco que nos quedaba nos lo robaron de nuevo, incluidas nuestras mantas.
Llegué a Tawila con mis hijos. Caminamos, cargando a los más pequeños sobre nuestro burro. Se nos acabó la poca agua que teníamos. Vi con mis propios ojos los cuerpos de dos personas en el camino, muertas de sed.
Las condiciones de vida aquí son terribles. Mis hijos mayores van al mercado, compran cajas grandes de galletas que luego revenden por unidad. Con ese poco dinero, sobrevivimos. Para el agua, vamos a un depósito que está algo más lejos, pero a veces está vacío. Logramos comprar dos bidones en el mercado, pero también estaban carísimos.
Mis hijos tosen mucho. Fuimos al puesto de salud de MSF, nos dieron medicamentos, pero no mejoran. Las noches son muy frías; dormimos en el suelo y solo tenemos dos mantas para los once.
Mientras estemos a salvo aquí, nos quedaremos. Y si no… bueno, nos iremos. Una vez más”.
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Un niño recibe agua de una enfermera de MSF en el puesto de salud de Tawila Umda. En los dos primeros días, la mayoría de los casos graves remitidos al hospital de MSF eran niños pequeños o ancianos en avanzado estado de deshidratación. Muchos habían recorrido los 60 km que separan Tawila de Zamzam, bajo un sol abrasador, sin poder beber una sola gota de agua. © Thibault Fendler/MSF
Mariam
“Nuestra familia está compuesta por 20 personas: mis 12 hijos, mi madre, mis hermanas y sus hijos. Llegamos desde Zamzam hace cinco días. Vivíamos allí desde 2014.
Las FAR llegaron con sus ametralladoras, sus drones... atacaron y mataron, incluso a niños. Quemaron nuestra casa con todo lo que teníamos dentro. Violaron a las mujeres. Mataron, saquearon. Pero incluso antes de eso, ya había personas muriendo de sed y de hambre por el asedio que impusieron sobre Zamzam durante el último año. Todo era tan caro, tan inasequible.
Vi con mis propios ojos a un grupo entero de niños asesinados por una bomba durante el ataque. Nadie irá a enterrarlos ahora. Entraron a la casa de una de mis hermanas, la sacaron y la mataron. Mataron al hijo de mi tío, al hijo de mi tía, y a muchas más personas. Nos masacraron como animales.
No pudimos sacar nada de nuestra casa. La quemaron delante de nuestros ojos.
En el camino a Shagra, en un puesto de control, les pregunté por qué nos estaban matando así. No respondieron. Violaron a varias chicas allí. Golpearon a la gente, la robaron una vez más. Teníamos un poco de agua y nos quitaron la botella para vaciarla delante de nosotros. También se llevaron nuestro equipaje, lo tiraron al suelo y escogieron lo que querían quedarse. Solo tenía unas 1.500 libras sudanesas (unos 2 euros), también me las quitaron.
En el camino había seis puestos de control como ese. En cada uno, nos vaciaban las mochilas, se quedaban con lo valioso, y luego nos ordenaban recoger lo que quedaba y seguir.
Aquí en Tawila Umda no hay comida. Algunas personas compartieron un poco de harina de mijo con nosotros, con la que hacemos gachas. Así hemos sobrevivido hasta ahora: mendigando. Bebemos el agua del depósito, pero solo nos permiten llenar un bidón por familia. Y en la mía somos 20. Solo tenemos una manta para todos.
Para el futuro, no tenemos otro lugar al que ir, y aunque lo tuviéramos, no tenemos dinero para hacerlo. Así que solo nos quedamos aquí, esperando recibir algo de ayuda. Necesitamos un lugar mejor que este refugio que hemos construido con nuestras propias manos”.
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Adam, yace en una cama junto a Mohamed y Al-Hafis. Los tres comparten una herida y una historia similares. A todos les dispararon en una pierna cuando intentaban escapar de Zamzam. © Thibault Fendler/MSF
Ruqayyah
Ruqayyah está acostada en una cama del hospital. En el momento del ataque, ella y su familia estaban recogiendo sus pertenencias para huir. De pronto, soldados de las FAR entraron en su casa y abrieron fuego. Ruqayyah recibió varios disparos: en la mano, en el brazo y en la pierna. Otros miembros de su familia también resultaron heridos.
Cuando los atacantes se alejaron, los que aún podían moverse subieron a un carro tirado por un burro y se marcharon. Explica que tuvieron que dejar a tres familiares atrás en Zamzam porque sus heridas les impedían caminar.
Ruqayyah y sus parientes tardaron cinco días en llegar a Tawila. Fue ingresada de inmediato en el hospital.
Amine
Amine se encuentra en una sala que solía ser una unidad de aislamiento. MSF hemos tenido que usar todas las camas disponibles para atender a los heridos.
Amine es comerciante. Pocos días antes del ataque, decidió salir de Zalengei (Darfur Centro), donde vive, para recoger a algunos familiares que aún tenía en Zamzam. Al acercarse al campo, fue asaltado por hombres armados. Le robaron todo y luego le dispararon en la pierna.
Más tarde fue encontrado por personas que huían de Zamzam, quienes lo llevaron a Tawila en un carro tirado por burros. “En el camino vimos los cuerpos de quienes murieron de sed intentando llegar a Tawila”, contó.
Ahmed
Ahmed está siendo tratado en el hospital de Tawila. Mientras huía de Zamzam, fue detenido por hombres que le robaron todas sus pertenencias y luego le dispararon a quemarropa en el pecho.
“Todo lo que quería era salir de ahí”, dijo.
A pesar de la grave herida, encontró fuerzas para ponerse de pie, cubrirse la herida y continuar. “Caminé durante 16 horas seguidas. Había salido de noche para evitar ser visto”.
* Los nombres de las personas desplazadas que han compartido su testimonio han sido cambiados para preservar su anonimato.
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