El sarampión es una enfermedad viral muy contagiosa y, a pesar de que existe una vacuna que la previene, sigue siendo una de las principales causas de mortalidad infantil y, de hecho, está resurgiendo. Aunque la cobertura global de vacunación ha mejorado mucho, según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (de diciembre de 2019), en 2018 se registraron 10 millones de casos y 140.000 muertes en todo el mundo, principalmente niños menores de 5 años.

Las brechas en la vacunación y el resurgimiento de los brotes se debe al declive de los Programas Ampliados de Vacunación y de los sistemas de vigilancia epidemiológica (en parte debido a la falta de fondos) y a la debilidad de los sistemas de salud en los países sin recursos. A ello se añade el agravamiento de los desplazamientos de población por culpa de los conflictos y la violencia.

¿Cómo se transmite y qué síntomas tiene?

El sarampión está causado por un virus que se transmite a través de las gotas de saliva cuando tosemos, estornudamos o tenemos contacto personal cercano. Los síntomas, que aparecen entre 8 y 13 días después de la exposición al virus, son rinorrea, tos, infección ocular, erupción cutánea y fiebre alta.

Los casos graves son más frecuentes en niños pequeños desnutridos, especialmente si tienen insuficiencia de vitamina A o su sistema inmunológico ha sido debilitado por el VIH u otras afecciones.

Es una enfermedad que puede complicarse fácilmente, con infecciones de oído, ceguera, neumonía, diarrea severa y deshidratación, desnutrición o encefalitis (inflamación del cerebro), que son más comunes en menores de 5 años o en adultos mayores de 20. En caso de epidemia, en poblaciones con elevados niveles de desnutrición y falta de atención adecuada, hasta uno de cada 10 enfermos puede morir y, en la mayoría de los casos, será debido a algunas de estas complicaciones.

¿Cómo se diagnostica y cómo se trata?

El diagnóstico es esencialmente clínico, pero también puede confirmarse con pruebas serológicas, algo imprescindible para determinar si se ha declarado una epidemia.

En cuanto al tratamiento, no existe uno específico: deben tratarse los síntomas y prevenir las complicaciones, todo ello en entornos de aislamiento para frenar la propagación. Se administran suplementos de vitamina A (reducen la mortalidad a la mitad) y tratamiento para las complicaciones oculares, la estomatitis (una infección vírica bucal), la deshidratación, las deficiencias proteicas y las infecciones de las vías respiratorias. La mayoría de los enfermos se recuperan en dos o tres semanas, aunque en la fase de convalecencia tienen un riesgo mayor de padecer otras afecciones como desnutrición o infecciones respiratorias.

¿Cómo se previene?

Existe una vacuna segura y barata contra el sarampión y se la considera uno de los mayores avances en salud pública de las últimas décadas. Antes de que se implantara globalmente en los años 80 del siglo XX, el sarampión mataba a más de 2,5 millones de personas cada año. La OMS considera que, entre 2000 y 2018, las vacunaciones han salvado 23,2 millones de vidas.

Sin embargo, la cobertura sigue siendo insuficiente en países con un sistema sanitario débil o cuya población tiene dificultades para conseguir atención médica, y esto deja a amplios grupos expuestos a la enfermedad. En la mayor parte de los países donde trabajamos, el calendario de vacunación solo incluye una dosis contra el sarampión; con esta única dosis, solo el 85% de los niños están protegidos. Para aumentar este porcentaje al 99%, hace falta una segunda dosis, que muy pocos países han incluido por razones meramente económicas.

MSF y el sarampión

Todos los años, nuestros equipos ponen cientos de miles de vacunas contra el sarampión, tanto en epidemias como en el marco de programas rutinarios, así como en respuesta a crisis humanitarias, por ejemplo después de un desplazamiento de población o un terremoto. En ambos casos, ponemos en marcha una compleja cadena logística, cuyo objetivo es que las vacunas lleguen a los puestos de vacunación, por muy apartados que estén, siempre conservadas dentro de la cadena de frío.

Por otra parte, también asumimos el tratamiento, con el fin de reducir la mortalidad y frenar el contagio: tratamos los casos simples en ambulatorio y hospitalizamos a los casos graves, aislando a los afectados del resto de pacientes. Además, nos aseguramos de que la atención esté descentralizada, para acercarla lo máximo posible a todos los grupos de población afectados. Asimismo, organizamos sistemas de ambulancias y derivación para los casos graves.

Nuestros equipos también se encargan de la vigilancia epidemiológica (para conocer la evolución del brote) y de las actividades de información y sensibilización de la comunidad.

En 2019, MSF realizó más de 1,3 millones de vacunaciones contra el sarampión en respuesta a brotes epidémicos.

Cada día descubrimos nuevos fallecimientos por sarampión que no se habían contabilizado oficialmente. En la sanidad pública, la atención no es gratuita y muchas madres no pueden traer a sus hijos cuando enferman. En un pueblo de 500 habitantes, sabemos que en los dos últimos meses han muerto más de 30 menores de 5 años. Sus pequeñas tumbas son bien visibles en el cementerio. Es un tercio de los niños de esa edad en el pueblo”.

Agustin Ngoyi, coordinador de la campaña de vacunación de MSF en la epidemia de Katanga (República Democrática del Congo) en 2015.